“Yo vivía en un pueblo de Madrid y me retiré a esta aldea cuando me jubilé”, comenta José Manuel Galán. “A la semana de llegar presencié el fallecimiento de la madre de mi vecina por paro cardíaco. La ambulancia tarda mucho en llegar por las distancias y porque las calles del pueblo no están en buen estado. Estaba claro que necesitábamos un desfibrilador pero, como los ayuntamientos no lo hacen, fui yo quien compró el aparato. Espero que con este ejemplo muchos ayuntamientos se conciencien de la necesidad de cardioproteger las pequeñas aldeas”.
José Manuel no dijo a sus vecinos que iba a comprar el equipo “porque es caro”, pero al saberlo han reaccionado muy bien. “Pusimos el desfibrilador en casa de la familia más joven -explica- para que en caso de emergencia podamos acudir a ellos fácilmente. Estuvimos barajando la posibilidad de ponerlo dentro de la capilla de la aldea, pero tardaríamos mucho más tiempo en llegar. El siguiente paso es señalizar donde está para que los sepan las personas de paso”.
El desfibrilador está en casa de Luis Martínez, para quién el tema de tener un desfibrilador fue algo nuevo “pero creo -dice- que puede sernos muy útil si algún día tenemos la mala suerte de tener un paro cardíaco. Vivimos en pueblos muy aislados y la ambulancia tarda más de media hora en llegar. El pueblo más grande del núcleo, donde está el policlínico, tampoco tiene desfibrilador”.
Luis trabaja en la diputación con una máquina trazando carreteras por la mañana y por las tardes esta en casa. “Mi mujer está siempre en casa con mi suegro y mi hijo, que trabajar en una granja de pollos cerca del pueblo, también pasa mucho por casa. Hay una aldea cerca de la nuestra con solo un habitante que también se beneficiará de este desfibrilador”.