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El artista, nacido en Albares, recorre, en sesenta fotografías, su trayectoria profesional, y muestra también su gran capacidad técnica y de experimentación, además de algunas de las cámaras que le han acompañado estos años

Hasta el próximo 30 de abril, se puede admirar en el Espacio Cultural El Molino una magnífica exposición del fotógrafo Antonio Montiel.

La muestra se compone de 60 fotografías, enmarcadas y colocadas cuidadosamente, además de cámaras fotográficas propiedad del autor, diapositivas o negativos que hacen un repaso a la historia de la fotografía -incluido el paso de lo analógico a lo digital- y también a su propia trayectoria profesional. Igualmente se incluyen portadas de revistas, discos y otros elementos gráficos donde el trabajo de este albaruco, casado con almonacileña (del poblado de Bolarque) es protagonista.

Visitando la exposición, se adivina un trabajo fantástico previo de selección, ubicación y ordenación del material, y también un gran interés didáctico por explicar la esencia de la fotografía a quienes la visitan. Pero, sobre todo, se percibe su amor por la fotografía, en toda su extensión. Antonio vive para captar el matiz, la luz, el momento o la expresión, algo que trasciende en todos sus trabajos.

Sobre la iniciativa municipal de ceder el espacio de El Molino a artistas locales y comarcales, “me parece estupenda. Es una manera de propiciar que la gente se exprese, y también un reconocimiento, lo que es de agradecer”, señala el fotógrafo.

La exposición muestra la evolución de las técnicas, procesos y tendencias de su fotografía. Desde el revelado de negativos, positivado de blanco y negro y color, inversión de procesos químicos sobre materiales, virados químicos a pincel por zonas del positivo, inversión de positivado de color, hasta el color natural analógico.

El siguiente paso es el positivo digital químico y en tintas a partir de escáner de negativos y de tomas directas de cámara DSLR; siempre pasando por Photoshop para el control de color, contraste y saturación por zonas. Con técnicas digitales, la exposición recoge un guiño a Andy Warhol y a Roy Lichtenstein. De todo ello hay maravillosos ejemplos.

Entre algunas piezas de publicidad, Antonio se extiende con retratos de personas que en su posado “me han dejado parte de su buen corazón; cada una con su valor”. Son trabajos en los que ambos, fotógrafo y modelo, han disfrutado hasta iniciar con ellos una amistad. Es el caso de Carmen Sevilla, “una mujer adorable”, de Octavio Acebes, “un maravilloso interior”, de Teresa Bueyes, “que parece distante pero que es una bellísima persona”, de Victoria Vera, “y su perfecto conocimiento de la luz”, o de Julio José Iglesias. En todos sus retratos, Antonio ha tenido el arte de saber ubicarlos en la foto, con las adecuadas proporciones, e iluminación. “En muchas ocasiones, la post producción me ha ocupado en redefinir las líneas y ubicación dentro del cuadro, buscando siempre la proporcionalidad, con la clara intención de tendencia a la perfección pictórica. Luces y sombras, expresión y sensación, maquillaje y peluquería, vestido y estilo forman un grupo que conjuga el arte a plasmar. Pero es la arquitectura del encuadre final la que definitivamente define la belleza del retrato”, explica el artista.

Su interés por la fotografía comienza a los 14 años, en 4º de bachiller. Fue entonces cuando se compró una cámara muy básica, con otros 3 compañeros de curso, empleando en ello todos los ahorros del muchacho que era. Corría el año 1978, y ya entonces desarrolló algunas técnicas colocando filtros en la lente para conseguir fotos muy vistosas “que sorprendían al fotógrafo que nos revelaba”, cuenta. Para hacerlo, utilizaba vaselinas, poniéndole un plástico o un cuello de botella. Este afán por la experimentación, es una de sus señas de identidad.

Fue en el verano previo a COU, cuando Antonio hizo una primera incursión en el laboratorio de blanco y negro de la mano de su compañero Julio Rodríguez, misionero marista a quien, años más tarde, mataron en la frontera de Burundi con El Congo, en la guerra de los hutus y los tutsis (1993). Aun hoy se emociona cuando lo recuerda. “De él aprendí lo primero que supe del blanco y negro”, dice.

En la escuela de magisterio (1980) ayudaba o hacía los trabajos de la asignatura optativa ‘artes plásticas y fotografía’ a algunos alumnos que sabían de sus habilidades con la cámara. “Yo no cursé esa asignatura porque ya no disponía de aquella cámara de los 4, ni de dinero para comprar una nueva”, recuerda.

Las cosas cambiaron en 1983, cuando comienza a trabajar en la productora Ízaro Films, mientras cursaba 3º de Psicología. “También empezó la locura porque se me solapaban los horarios”, recuerda Antonio.

En 1984 adquirió su primera cámara SLR e hizo sus primeros pinitos amateur. Conoció entonces a Miguel de María, publicitario y accionista de las agencias Díctor y Strategias Gamma, quien le introdujo en el mundo de los creativos, asesores de imagen, diseñadores gráficos, ilustradores, maquilladores, modelos y fotógrafos de publicidad y moda. “Observé el trabajo en platós de publicidad, rodajes de spots, laboratorios de cine, el laboratorio de duplicado de vídeo de Ízaro y el de procesado de fotografía profesional Film Photo Center. La forma de aprender era con profesionales, como con los oficios a la antigua usanza, y, como tiene que ser, empecé barriendo el estudio”, recuerda. Aun hoy, se muestra agradecido a Fernando Ramajo y a Miguel de María por haberle iniciado en el orden y la estética de la fotografía. “Hasta entonces, lo mío era foto casual”, señala. En aquellos estudios, ubicados en un chalé en la Colonia del Viso, en Madrid, salían los trabajos para empresas y revistas punteras en la época, como Continente, Telva o Guía Cocina.

En 1985 recibe sus primeros encargos por ‘fotos robadas’, muy casuales, pero con cierto rigor de iluminación y estilo. “Eran fotos en bodas y yo no era fotógrafo. Pero con esos resultados, al año siguiente, me empiezan a contratar”, cuenta. Fue entonces cuando se inició en el maquillaje. “Mi profesora Pilar tuvo que sufrirme en su propio rostro porque, de su teoría tan pulcra, pasé a la extravagancia”, recuerda el fotógrafo.

Antonio se inspiró en campañas de otros fotógrafos, como Javier Vallhorrat, Miguel Oriola y Jaime Villalba. “Sólo se aprende de los grandes”, afirma. Y, con su estilo propio invirtió los procesos de revelado y positivado, dándole predominio a las altas luces (hight key). “Era la época de pieles muy blancas en la que conozco al diseñador Juan Rufete al que le encantaba este estilo”, continúa.

En 1989 comienzan sus publicaciones en páginas de moda. Adquiere entonces su Hasselblad, monto su propio laboratorio de blanco y negro, y comienza a trabajar como fotógrafo publicitario para las agencias como Nivel 10 y Trácor, a las que seguirían campañas para Cruz Roja, IED, Central Hispano, Nor Edredón y catálogos de moda y pasarela del Miguel Ángel.

El oficio y la dedicación van dando resultados y en 1991 le encargan la portada de disco, cartelería y carpeta de prensa del segundo álbum de Loco Mía, 'Loco Vox'.

Hasta 1994, alquiló estudios y locales para sus sesiones. Fue entonces cuando adquiere su propio local, que utiliza como plató y laboratorio. “Pero sigo con mi ‘laboratorio de cabecera’ porque no abarco todo el flujo de trabajo”, señala.

Antonio Montiel se ha presentado a tres concursos profesionales, en los que ha obtenido dos primeros ‘Premios de Fotografía de Retrato’, uno ‘Finalista en Moda y Publicidad’ y otro ‘Finalista en Reportaje Social’.

La exposición de fotos de Antonio Montiel se puede ver en El Molino, en horario de viernes, de 16 a 20 horas, el sábado, de 10 a 14 horas y de 16 a 20 horas, y el domingo, de 10 a 14 horas.