Tanto como trabajador o como gerente, el arte de mantener la calma es una de las habilidades más necesarias y, a la vez, menos frecuente.
Todos hemos asistido con cierto bochorno a esta escena: un jefe que ha perdido los papeles, reprende a su empleado frente a los atónitos clientes.
A pesar de existir múltiples manuales donde se ensalza lo positivo de controlar las emociones, son muchas las situaciones en las que la pérdida de la calma va de la mano de pésimas decisiones.
De discusiones nada productivas. Y por supuesto, de una mala imagen de una organización ante sus clientes.
Los problemas del día a día, personales, una deficiente gestión de los obstáculos, una tendencia natural a no saber canalizar los malos días, son sinónimo de una mala combinación tanto para ser un buen compañero o jefe.
Una personalidad equilibrada, será la adecuada para la resolución de problemas que surgen en cualquier organización. La pieza fundamental en un equipo de trabajo donde las diferencias son continuas.
Contar con un individuo que sea capaz de mediar entre un grupo y extraer de él las mejores ideas, es un beneficio y un valor a tener en cuenta.
En muchos escenarios reconocemos a ese falso compañero. Dado a ofrecer una imagen dulcificada que no se corresponde a su verdadera personalidad.
Ser capaz de dominar un mal día y no pagarlo con los que nos rodean no sólo demuestra fortaleza mental sino madurez emocional. Y trasladado al ámbito laboral, es sinónimo de una mejora en el ambiente y en la productividad.
La noticia Ante todo mucha calma fue publicada originalmente en Pymes y Autonomos por Joana Sánchez .