“Una vez aprobada la Constitución de 1978 se consolidó entre los españoles una percepción muy sólida, y casi unánime, sobre el prometedor
futuro que garantizaba aquel esfuerzo colectivo hecho a medias de renuncias y alternativas. La gran promesa de futuro se refería al avance de una sociedad más justa y equitativa, con un continuo crecimiento económico y un estilo de vida que nos permitía superar (y olvidar) las penurias del pasado. Se conformó una amplia clase media y una sociedad de consumo. De tal manera que el estilo de vida de los españoles, para sorpresa de todos y orgullo propio, no difería demasiado del de los países más desarrollados de la UE.
En las décadas siguientes, la sociedad española interiorizó que la promesa sobre el “gran futuro” de la transición política contenía un punto de idealización utópica. Al tiempo comprendió que, para avanzar, debía preparar a una nueva generación para que fueran ellos los que alcanzaran el objetivo final: tener un trabajo estable y seguro de por vida, un buen nivel de ingresos y autonomía económica, vivienda propia, moderna, amplia y adecuada, así como un idealizado proyecto de vida familiar al margen de todo riesgo; todo ello envuelto en una nube de modernidad (y felicidad personal). Por este motivo, y durante tres décadas, se han dedicado muchos recursos, tanto del Estado como de las familias, a ayudar a las personas jóvenes para que em-prendieran un itinerario que les iba a permitir hacer realidad las utopías de la transición política, lo que, sin duda, parecía un proyecto muy razonable. Como consecuencia, los jóvenes representaban la esperanza colectiva: hijos tesoro, generación premeditada.
Pero este proceso requería algunas condiciones. La primera es que se sustentaba sobre un continuo crecimiento del PIB; la segunda, mantener la
creencia en una progresiva modernización de nuestra sociedad. Pero el encaje voluntarista de la “generación premeditada”, que se percibía y representaba como (y en realidad era) una profecía estable y progresiva, se quebró a partir de 2008, con lo que al principio parecía una típica
crisis coyuntural, para aparecer después como una crisis más profunda y prolongada en la que esos jóvenes que se pensaban y proyectaban como “clase media estable y hegemónica” han quedado desubicados.
¿Cuál es entonces la identidad de las personas jóvenes? ¿Cómo las comienzan a ver las personas adultas? Quizá como víctimas de una situación que alguien debe haber provocado. Y la propia juventud, ¿cuál es su identidad? ¿Cómo se sienten? ¿Qué pueden hacer para encajar esta ruptura?”
Sobre esa tesis y para responder a esas preguntas, el presidente de la Fundación Atenea, Domingo Comas, junto a la investigadora Josune Aguinaga, han elaborado el capítulo II del informe anual de la Fundación Encuentro sobre la realidad social española. Este informe puede leerse y descargarse en la web www.fun-encuentro.org