Visión de Eneas Marrull sobre su reencuentro con personajes limeños la noche de la muestra de fotos de la recordada Daphne, quien fuera esposa de Enrique Zileri, editor de la prestigiosa revista “Caretas”. Esta exitosa exposición fue coordinada por Diana, hija de Daphne, y el fotógrafo Andrés Longhi.

Fue como ingresar en el túnel del tiempo. Después de tantos años, allí estaban todos, personajes inolvidables, como si la vida no hubiera pasado, como si me estuvieran esperando siempre, para esa magia del abrazo universal que quizá es lo que ocurra después de la muerte. Esta vez nos convocaba Daphne Zileri, su espíritu cálido, el recuerdo de sus grandes ojos y esa afectuosa cordialidad que la distinguió en vida.

Daphne se dedicó con pasión y entrega a expresar una sutil visión del mundo que la rodeaba, persiguiendo el misterio de una delicada belleza, casi inasible, que solo se puede percibir en el fantástico instante en que se escapa. Solo el amor pudo activar el resorte de su cámara para capturar esas imágenes tan suyas, en medio del torbellino de nuestra existencia. Por eso la muestra de fotos “El poder sutil del ojo de una mujer”, en la municipalidad de Miraflores, congregó a tanta gente de su entorno.

Bajo la cálida iluminación de la sala “Luis Miró Quesada Garland” vimos en primer lugar a Enrique Zileri, quien fue esposo de Daphne, y con quien compartió hasta el final la azarosa vida del periodismo independiente, las iras del poder y las compensaciones de ir caminando con la historia. Un poco más allá departía con los invitados su hija Diana, en cuyos ojos es imposible no ver el rastro de su legendaria abuela Doris Gibson, la fundadora de la revista “Caretas”. Luego distinguimos a su otra hija, Drusila, heredera de la vocación periodística del padre y de la abuela, y que no ha perdido esa expresión que denota el entusiasmo y los sueños que tenía cuando niña. Cerca de la puerta vimos a la tercera hermana, Doménica, quien mantiene la misteriosa belleza y el candor que la envolvía, hace ya tantos años, cuando la vimos por última vez.

En las paredes de la sala era evidente aquello que caracteriza a las fotografías de Daphne: una inmensa ternura, una elegancia de tacto y una sabiduría de la luz como testimonio estético de su paso por la vida. En un rincón, como si evaluara las posibilidades de las formas, vimos al pintor Víctor Delfín contemplando las fotos. Más allá alternaba el escritor Fernando Ampuero contando las maravillas que vio en su reciente viaje a la isla de Pascua. A su lado lo escuchaba muy atentamente Raúl Vargas, el más versado hombre de prensa de la radio y televisión peruanas.

Tanta gente, tantas caras y nombres que escapan a la memoria después de tantos años. Algunos han cambiado, o sus rasgos se nos enredan en el recuerdo, como en esos viejos álbumes en los que solemos confundir a un pariente con otro. Los años no pasan por gusto. Pero es imposible no reconocer al elegante cronista Roberto Cores, charlando con el editor de la recordada revista de arte “Kantú” cuyo nombre, por alguna extraña razón, no puedo recordar jamás. Luego, por algún lugar de la sala, cruzó Andrés Longhi, el inquieto fotógrafo artístico que ha colaborado en el éxito de esta muestra.

Media vuelta y nos encontramos con un notable trío de la vieja guardia periodística: Domingo Tamariz, Miguel Humberto Aguirre y Alejandro Sakuda, hombres de otros tiempos, cuando el diarismo aún mantenía las formas y la circunspección.

Ya de salida, reconocimos por su mirada inconfundible a Mario Saavedra-Pinón, ilustre personaje limeño de neta estirpe periodística y autor del libro “Hemingway en el Perú”, que narra la visita del famoso premio Nobel a la caleta piurana de Cabo Blanco en 1956 en busca de su imposible merlín. Mario diría después: “Quise seguir a Hemingway en el whisky, pero me fue imposible.” Cincuenta y seis años después de este notable encuentro Mario mantiene el humor y una inextinguible simpatía. De alguna manera Daphne Zileri estuvo esa noche con nosotros. Su espíritu pervive en su obra y en todos los que acudimos a recordarla. Tal vez la vida sea una copiosa sucesión de fotografías. Eneas Marrull