La farmacia no es un comercio; el medicamento no es una mercancía y el paciente no es un consumidor. La sociedad necesita un farmacéutico que aconseje y supervise la dispensación, garantice el origen, controle psicótropicos y estupefacientes e incremente el nivel de salud pública de la población. Atender millones de consultas en las farmacias evita visitas al médico y costes de hospitalización. Las guardias no se remuneran. Para eso el farmacéutico necesita tener unos ingresos acordes con su trabajo.
Fuente: La Vanguardia - Autor: Agustín López-Santiago La farmacia no es un comercio; el medicamento no es una mercancía y el paciente no es un consumidor. La sociedad necesita un farmacéutico que aconseje y supervise la dispensación, garantice el origen, controle psicótropos y estupefacientes e incremente el nivel de salud pública de la población. Atender millones de consultas en las farmacias evita visitas al médico y costes de hospitalización. Las guardias no se remuneran. Para eso el farmacéutico necesita tener unos ingresos acordes con su trabajo. La farmacia está en crisis por varios motivos. La industria farmacéutica está en crisis, por eso se fusionan empresas, cosmetizan medicamentos e incrementan su precio. Los ensayos clínicos cada día descubren menos, caducan patentes y los precios caen; en Noruega el 70% son ya genéricos. En el primer mundo estamos ante una epidemia de enfermedades crónicas, gran esperanza de vida, prestaciones universalizadas y uso masivo de la biotecnología. El lema “todo el arsenal terapéutico para todos y gratis” conduce a la quiebra a los sistemas de salud.
Tradicionalmente, poseer una farmacia era tener un tesoro. Ya no. La retribución exagerada de la farmacia desapareció por los sucesivos decretos. Fue un colectivo privilegiado, pero ahora asistimos a cierres, quiebras y concursos de acreedores; se ha tenido que rescatar a la farmacia rural para evitar su cierre, y el copago que se atisba podría suponer la puntilla definitiva para muchas boticas.
Hasta el año 1941 la apertura de una farmacia era libre. Una excesiva proliferación de farmacias disminuye el nivel asistencial, como en Sudamérica, donde las farmacias son tenderetes con fármacos descontrolados, precios sin regular, falsificaciones y faltas a la deontología profesional. Sin embargo en países como Estados Unidos, Canadá, Japón o Australia, las farmacias son de libre apertura y no se han detectado efectos indeseables. El tema no es pacífico.
Nuestro modelo funciona y no hay quejas de los consumidores. Pero las actuales restricciones suponen una barrera infranqueable y una fuente de frustración profesional para los recién licenciados. Catalunya es la única comunidad autónoma en la que los colegios de farmacéuticos otorgan las nuevas farmacias, lo que resulta chocante para algunos juristas. Aún así, en Tarragona hay más farmacias que en Dinamarca.
Los colegios se encuentran ante una grave tesitura: ¿deben velar por el interés público o por el interés corporativo? ¿La farmacia es un servicio público o un servicio al público? ¿Es una actividad comercial o profesional? En este debate hay una brecha generacional; un sector quiere cambios, otro sigue apostando por un margen fijo. Grave desenfoque: de los 27 países miembros de la Unión Europea sólo cinco lo mantienen, la mayoría ex soviéticos. Es una remuneración perversa e incompatible con el papel de la farmacia. Se prima al farmacéutico que más vende y no al mejor, al que ofrezca una mayor farmacovigilancia, represión de la automedicación o detección de efectos secundarios.
La farmacia se encuentra en un ciclo de vida de “madurez”, la rentabilidad desciende, hay turbulencia de competidores, desregulación de horarios, menores barreras de entrada, los proveedores pierden interés, y aparecen las primeras deserciones. Desde los años 50 del pasado siglo el farmacéutico dejó de elaborar medicamentos, se convirtió en un dispensador con título universitario. En todo el planeta surgió una duda: ¿se necesitan profesionales tan altamente cualificados para dispensar medicamentos?
La respuesta fue afirmativa, pero con un nuevo paradigma: la función del boticario ahora es prevenir la enfermedad, vigilar la polifarmacia, detectar enfermedades subdiagnosticadas, dispensar y vigilar la adherencia a los tratamientos, como verdadero experto en el medicamento. Por eso, el hipermercado no debe fagocitar a la farmacia. El farmacéutico es un sanitario próximo, cuenta con la confianza del paciente, con una red tecnológica avanzada, organizada, de gran capilaridad y muy humana.
Para la farmacia, lo fácil es atribuir todos los males a la sociedad, a una Administración que la hostiga o a unos intereses mercantiles que quieren entrar a toda costa en el sector. Hay verdad en todo esto, pero la profesión, por el bien de todos, ha de enfrentarse a las nuevas exigencias sociales.
El futuro pasa necesariamente por desarrollar la “cartera de servicios”, llenando aún más de contenido sanitario y asistencial la profesión. El farmacéutico ha de tener suficiencia económica, para poder decir “no” a dispensaciones inadecuadas. Ha de imponer su criterio profesional por encima de otras consideraciones
La farmacia está enferma, pero tiene cura.