La Plaza de Oriente, junto al Palacio Real, acerca al vistante la historia de Madrid
Los turistas que visitan la Plaza de Oriente suelen quedarse perplejos bastante a menudo, al descubrir que ésta, en realidad, está situada en el oeste. Su nombre, que parece ofrecer un ambiente oriental, se debe a que la plaza se sitúa en lado este del Palacio Real.
Juan Bautista Sachetti, que diseño el Palacio Real, tenía planes para construir una gran plaza frente al mencionado palacio en el siglo XVIII. Sin embargo, estos planes de construcción no se llevaron a cabo hasta que el Rey José Bonaparte (hermano de Napoleón Bonaparte) gobernó España, desde el año 1808 hasta el año 1813. Este rey, que era menospreciado por la gente, era más conocido como ‘Pepe Botella’. Sin embargo, era una persona instruida y con gusto por la arquitectura. Él mandó construir la Plaza de Oriente, así como también ordenó la construcción de alcantarillas en la ciudad.
En una ciudad que nunca duerme, donde ajetreo y el bullicio es una parte integral de la vida cotidiana, la Plaza de Oriente es un espacio que transmite paz y tranquilidad. Los jardines paisajísticos están encerrados en una especie de diseño semi-circular. Son zonas verdes con plantas y árboles al lado de senderos amplios.
Hay 44 estatuas de reyes españoles que bordean la plaza. Van desde el estilo gótico hasta el momento en que España se reunificó tras la derrota de los moros en el siglo 15. Estas estatuas parecen un poco desproporcionadas, pero esto se debe simplemente a que fueron diseñadas originalmente para ser instaladas en la parte superior del palacio. Sin embargo, los arquitectos consideraron que las estatuas eran demasiado pesadas y se quedaron en el suelo.
Tomando el centro del escenario de la Plaza de Oriente hay una enorme estatua de Felipe IV a lomos de un caballo, que fue modelado a partir de una pieza de arte de Velázquez. Se asienta sobre un gran pedestal y es, de hecho, una escultura llamativa.
La construcción de la plaza desplazó una gran cantidad de viviendas en pésimo estado y se abrió el espacio suficiente para erigir también, al otro lado del palacio, el Teatro Real. Lo inauguró en 1850 la reina Isabel II, muy aficionada a la ópera.