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El autor barcelonés maneja una cuidada narración sobre la construcción de la identidad y las intrincadas relaciones humanas

“De toda la vida. Ya de bien niño mis padres me obligaban a que apagara la luz por la noche porque no había forma de que dejara de leer”. Con estas palabras se revela Ignasi Massallé, autor de una primera novela que recibe el título de Porque yo sólo quise a Triste y que promete un interesante viaje hacia las profundidades de la experiencia e identidad humanas.

La trama gira en torno a Pablo, protagonista y narrador de la historia, quien se redescubrirá una y otra vez a través de unos recuerdos todavía demasiado presentes. Porque si hay algo verdaderamente palpable en la narración es esa pulsión del pasado que domina cada una de sus acciones. Será la muerte a base de pastillas y alcohol de su madre, propiciada por el abandono del padre en pos de una vida de negocios de altura, lo que reaparezca una y otra vez en su mente y dé forma a ese continuo camino de obstáculos en que se tornará su vida.

Pero estos obstáculos, claro, se encontrarán lejos de los éxitos empresariales e influyentes amistades que le rodean. Más bien serán consecuencia de su incapacidad de autocrítica, de la falta de diálogo con esa responsabilidad que emana de cada uno de sus actos. Por eso Porque yo sólo quise a Triste se enfunda una capa existencialista e intimista que cubre, de principio a fin, todo un discurso introspectivo inigualable, atractivo y cercano.

Es Pablo víctima de su propia mitología y es su voz la que da forma a la realidad (una de tantas) que el lector experimenta, pero el propio Massallé revela que “Pablo quiere aparecer como víctima, pero es más víctima de sí mismo que de su padre”. Ya que su padre simbolizará para él siempre un rival a superar, la llama que prendió todo aquello que, según Pablo, siempre fue necesario para salvarle (o condenarle) de una existencia vacía.

Es ese tono aséptico de Pablo el que muestra, efectivamente, la lejanía de su persona con respecto a todos los que le rodean. Así, de igual manera deja fluir sus pensamientos acerca de la incapacidad de sentir amor por mujeres tan extraordinarias como su exmujer Laura, o la vileza de sus actos para con otras tantas. “Porque realmente Pablo lo que está buscando durante toda su vida es reconstruir y resarcir el pasado”, dice el autor.

Porque yo sólo quise a Triste goza de una fluidez extrema, no en tanto por la facilidad de expresión de Massallé sino también por la forma en que el autor consigue acercar al lector de forma simple pero contundente a aspectos de la vida que a todo el mundo les son comunes. La fatalidad, la incomprensión de los propios sentimientos, la necesidad de venganza o la autocompasión cruel e infructífera, etcétera, se tornan clave en una narración que apela a la existencia misma, y con ella a todo aquello que es difícil comprender.

Massallé se dice seguidor de autores como Hemingway o Faulkner, y en su primer libro recupera ese tono de invitación a la duda, al cuestionamiento del pasado y la forma en que este se fija y da forma a la persona que vive y sigue evolucionando en el día a día. Pero una cosa cabe decir antes de terminar: Porque yo sólo quise a Triste no advierte, sin embargo, de todo aquello que el lector sacará a flote de sí mismo cuando finalice las últimas líneas.